Oficios

Han cazado un topo. Lo sé por el tipo de maullido, porque suena como un niño balbuceante. Un primer sonido gutural muy breve. Otro largo. Y otro más que acaba en agudo, como una maldita pregunta. Han cazado un topo.
Si saliera al patio lo encontraría tirado, como si nunca se hubiera movido, ciego. Pero no tengo tiempo de salir al patio. Esta es una mañana frente al ordenador, es la prolongación de una noche frente al ordenador, es el final de plazo de entrega que parece haber vuelto loco al jefe y, por descendencia jerárquica, a todos los que trabajamos con él. No hay tiempo para salir al patio. Se habla de despidos. Ayer, Marga se fue llorando de la oficina. Con toda esta presión se olvidó de ir a recoger a su hija a la salida de la clase de inglés. La madre de una amiga fue quien la llevó a casa después de verla esperar más de tres cuartos de hora. Me lo contó antes de irse, justo después de que viésemos a Jaime, el nuevo, salir dando un portazo del despacho del jefe. Todos estamos muy tensos.
Por eso la noche frente a la pantalla, intentando cuadrar números y balances y fechas: que todo tenga un sentido. Una noche que ha durado poco, que me obliga a apurar la mañana. Lo último antes de guardar el portátil, coger las llaves, la maleta, el coche: los veinticuatro minutos de autopista más nueve de atasco.
Otra vez los maullidos.
No, no saldré al patio. No me importa vuestro estúpido topo agonizante. No tengo tiempo para vuestras cacerías de gatos desocupados. No tengo tiempo, ya llego tarde.
El portátil. Las llaves. La maleta. Y antes de la puerta, el teléfono.
Y después varias horas.

Me las paso sentado en el breve peldaño de la puerta de casa. Está frío y la vecina ya se ha asomado a la ventana varias veces, las últimas con cara de preocupación. No sé cuanto tiempo llevo sentado aquí. Perdí toda noción al cuarto topo que los gatos trajeron como una ofrenda.
Debería acercarme por el tanatorio. Marga me dijo que todos los de la oficina iban para allí, hasta el jefe. Los padres de Jaime llegarían a primera de la tarde desde Murcia. Debería volver a ponerme la corbata.
En lugar de eso sigo mirando los topos: muertos y ciegos.
Los gatos han salido de caza. Lo sé por los maullidos: breves, largos y, al final, una maldita pregunta.

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