No eres tú, soy yo

Sobre Lorca, Rubianes, el teatro y otros demonios

Me gustaría decirte, ahora que duermes, que tienes los ojos cerrados y respiras tan suave, que no eres tú, que te entiendo y que cada coma, cada punto que salía por tus labios antes de la lucha de los cuerpos, cuando hablábamos y compartíamos un té, son totalmente ciertas y necesarias y que parece mentira que no hayas cursado asignaturas de teoría literaria ni leído a Aristóteles. Lo sabes, en los abrazos y el modo de acariciar allí dónde más se siente, que las historias tienen que contarse bien, con sutileza, con encanto y con magia. Y si no, nadie las querrá escuchar. Por eso, la salida del teatro fue tan rápida el otro día. Porque somos inteligentes, y no nos gusta que quien nos habla lo olvide.
"Es bastante explícita, ¿no crees? Rubianes no se lo ha currado un pijo". Me decías de la mano. "Tuve sensación de mitin simplón en algunos momentos. Y la figura de Lorca... acaba por ser engrandecimiento excesivo y poco creíble." Y caminamos, y nos miramos. Y no tuve valor para decirte que no eres tú. Que es cosa mía. Igual que ahora.
Y al principio pensé cómo tú porque, ya lo sabes, no soporto que el teatro no tenga cuerpo, que actuar sea decir texto y que un personaje se cree a partir sólo de la fonética y tres gestos repetidos que peternecen más al propio actor que al ser que pretende interpretar. Pero luego entendí que aquello no era, exactamente, teatro. Y cambié las normas, aunque no te lo dije. Y dejamos de ver lo mismo.
Lo que hacía Rubianes (ese sinvergüenza que difama la unidad de España y aún después de eso pretende que los españoles todos vayan a ver su función, -como si el hecho de que perdonemos y consintamos que en sus entrevistas gente como Eusebio Poncela o Bunbury se muestren sobrados y prentenciosos, porque ellos, sin lugar a dudas, lo valen, fuese a aplicarse a cualquier escritorzuelo que se permita ser soez en antena-) no era teatro. Era la escenificación teatral de un falso documental. Falso porque no quiere hacer historia, quiere contar su historia. Y lo hace con las reglas del documental televisivo clásico (ése que tiene pausas, repeticiones, que retoma el hilo según la perspectiva que elija para narrar en cada momento). Y, mientras duermes pienso, en lo poco necesaria que te parece la sutileza en esos documentales. Porque son otra cosa. Te gusta, me dices mientras al doblar una rodilla te cruje todo el esqueleto sentado, ese aire retro de documental de los setenta.
Veíamos un documental clásico sobre las tablas que temblaban con los tacones de la muerte, mientras yo olvidaba el sexo de Lorca, para que fuera sólo Lorca y, luego, para que fuera cualquiera. No importaba que aquel personaje de traje blanco, que sentía miedo, que sentía perder la vida entre aquellas paredes entre las que esperaba, sin saber por qué, fuera capaz de hablar de las columnas de cieno de Nueva York, o dar voz a Adela pensando en Pepe, o a Buster Keaton paseando en bicicleta. No importaba quién fuera, y si había sentido miedo alguna vez ante la visión de los hojas muertas o los prados llenos de rocío. Sólo ese miedo, esa incredulidad, el no entender por qué le arrebataban la vida, sin explicación. Como si las hubiera.
No eres tú, cariño. Y no te niego que ese alegato respecto a Luis Rosales puede ser flojo e inútil. Pero no me importa, y sé que es cosa mía. Porque yo no pensaba en una casa encendida o en una Granada real, o en libros sobre la auténtica y documentada historia. Pensaba en alguien, como sí ha ocurrido, que intentó hacer lo posible por salvar a otra persona y cómo todo se torció y acabó siendo, a ojos de todos, responsable de la muerte de su mejor amigo.
No eres tú, soy yo, que perdí el tiempo en pensar en la culpa, en la frustración, en la imparable maquinaria que destruye sin preguntar.
Vi otra historia y no te lo dije. Y ahora, mientras duermes, estamos un poco más lejos.
Y hay niebla.

2 comentarios:

Alba | 30 de marzo de 2007, 3:15

Touchée, madame. Pero has cambiado las reglas y por eso yo tampoco vi la misma historia. Porque esperaba teatro y porque la magia de la representación (teatral o documentalizada) está en lo que evoca en cada cual. Yo pensaba en las páginas de Gibson y en lo bien que estaría abrazadita en una cama bajo un nórdico. También en Patxi Andion poniéndole voz a Lorca. En lo que me emociona de Lorca y su vida y que no estaba sintiendo ni viendo reflejado sobre las tablas del Jovellanos.

Ahora bien, acepto tu cambio de reglas y tu subjetividad (que comparto). Pero yo no las cambio, no puedo. No sé mucho de documentales televisivos, no más sé que lo que vi no me gustó, no me dijo. Porque los elementos que me parecían francamente geniales se diluían demasiado...

Pero me gusta tu manera de enfocarlo, tus reglas;) La caña o la 0,0 virtuales, por ahora, jeje.

Alfredo | 30 de marzo de 2007, 3:45

Perdón por la intromisión, pero Alba me recomendó tu comentario y me alegro de haberlo leído, porque, aunque discrepo de la interpretación sobre algunos aspectos de la obra, la calidad con la que está escrito merece y mucho su lectura.

Mi discrepancia fundamental contigo, tiene que ver con el trabajo de los actores, que sí me parece destacado, precisamente por la sobriedad, algo que yo aprecio especialmente. Además de estar cansado de ver a actores que, como dices, se limitan a dar su texto sin más, cosa que no me pareció que hicieran en este caso.

Un saludo!