Efecto Auster

Es curioso cómo la casualidad decide colarse en nuestras vidas para hacernos a todos los escépticos creyentes en una fuerza mucho más caprichosa que el destino. Esta mañana le recomendaba a P. por teléfono El cuaderno rojo porque sé que le gustan las coincidencias y las vidas que se tornan rebuscadas como una novela, pero mientras le hablaba del libro se rió y me dijo que precisamente tenía una historia para mí.
Por cuestiones de trabajo muchos desconocidos le hablan de proyectos o certamenes con la idea de conseguir financiación por parte de la empresa para la que P. es agente cultural. En más de una ocasión P. se ha descubierto hablando con algún familiar lejano o un conocido de la adolescencia. Ayer recibió la llamada de un hombre que organizaba un festival de bossa. Cuando P. dijo su correo electrónico para que el hombre le enviara toda la información, este se sorprendió porque tenían un apellido poco habitual en común. Hablando llegaron a la conclusión de que ambos eran de la misma zona geográfica, que era hijo de una vecina del pueblo de al lado y, aunque P. era unos años más joven, los dos habían jugado juntos de pequeños. El tiempo, eso sí, había convertido al niño de gafas y pelo rojizo en un hombre calvo, de nuevo con gafas y con la ausencia del brazo derecho a consecuencia de un accidente laboral. P. colgó el teléfono con la promesa de quedar más adelante y le envió un correo con los datos que necesitaba para financiar el festival. Esa misma tarde recibió otra llamada pero esta no tenía nada que ver con el trabajo. Era la madre de P. que llamaba para recordarle el cumpleaños de su padre y para preguntarle si se iba a acercar por casa. P. dijo que sí. Ya iba a colgar cuando su madre, con esta costumbre que aún persiste en las aldeas, le recordó que era el cabo de año del hijo de Chusina, una amiga que vivía en el pueblo de al lado.
"Nun sé si te acordarás pero de nenos xugábeis xuntos. Yera mui roxu y corría con la bici p´arriba y p´abaxo que se mataba. La madre tenía que pega-y les gafes cada dos por tres. Pues morrió nun acidente llaboral co´l coche, nun sé que-y pasó."
P. no dijo nada, colgó a su madre sin despedirse y se puso a mirar el correo electrónico. En la bandeja de entrada tenía un mensaje con error por dirección equivocada. Comprobó que era la misma que el hombre le había dado esa mañana. Quiso pensar que la había apuntado mal.


Esta historia inaugura El libro de las casualidades, que no es culpa de la literatura sino del azar.

2 comentarios:

Pablo Suárez | 26 de mayo de 2007, 7:27

yo tengo una historia con el cuaderno rojo increible, de verdad, una historia de casualidades de lo más rocambolesca... un día que me acuerde te la cuento

Anónimo | 26 de mayo de 2007, 14:25

Desde luego, Sofía, no se te puede contar nada, que vas y lo transformas (estupendamente, desde luego) en historia:)

La falsa P.