Te dije, el otro día,
que antes de acostarme
escucho tu voz y me preguntas
si me he lavado los dientes.
Te dije que eso pasa
todas las noches. Pero
no te dije
que también te escucho
al pasar frente a un puesto
de castañas asadas,
ni al pasear justo antes
de que empiece el verano.
No te dije que oigo tu voz
siempre que me siento orgullosa,
ni cuando tengo miedo por las noches
porque el mar
y la vida
son muy violentos
algunas veces.
No te dije que los surfistas
desde esta ventana
serán siempre como la metáfora
de escarabajos en leche
revuelta.
Ya apenas quedan destinatarios
de las felicitaciones navideñas
que nos supervisabas a Sergio
y a mí, ya no
hay tantos motivos
como entonces
para querer ser fugaces.
Ya
te echo de menos,
incluso ahora
que puedo descolgar
el teléfono
-o una línea umbilical-
y decirte que fui al médico
y todo está bien, que te llevo
los papeles de la renta, que me salió
ese trabajo del que te había hablado,
que te quiero, y esas cosas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
7 comentarios:
La increíble belleza de la cotidianeidad, de la rutina...
Muy bueno, niña. Como siempre, muy bueno
Está muy bien, sí :)
No me extraña. Menudo padre tienes. Como para no escribir esas cosas. Mu bonito, ya lo sabes.
Me senté, lo leí y me encantó lo suave que se me mueven los versos sobre lo más trivial, diario y cotidiano de un día sin tachaduras de calendario.
Gracias por estos segundos.
Qué ganas me han entrado de ser papá de adorables creadoras...
Hermoso, conmovedor.
Gracias.
Publicar un comentario