El universo en el cuenco de las manos

Verle es aceptar el tópico. Desde que apareció en la escena musical, con los primeros trabajos de Elefantes y esos pasos -que tenían también eco de paquidermo- tan firmes para moverse por el panorama musical español, se ha extendido una verdad indiscutible: Shuarma da buen rollo. Y lo cierto es que verle es aceptar esa verdad. Transmite energía, en la mirada, con las manos, en cada gesto. Y su último trabajo, el primero en solitario desde la disolución del grupo catalán, también robosa todo ese -ahora que tanto se lleva- buen karma. Cómo se agradece tanta coherencia.
De hecho, el buen rollo lo sentimos en la sidrería donde hace una parada -todo el día de entrevistas y promo- para tomar un café. Es época de elecciones y una furgoneta electoral (con música total) casi me impide llegar a tiempo. Estos (habla del partido al que pertenece la furgoneta) ya no saben qué hacer. Y siempre lo hacen muy mal. Cualquiera diría que por el tono es para estar deprimido pero no, eso ha existido desde siempre y cada vez surgen más otras alternativas, y ese es un camino mucho más interesante. Llega el café y, por una extraña asociación de ideas, sale el tema de la resaca, creativa, obviamente. Lo cierto es que ya no le queda esa sensación de final que todos prolongamos dentro después de que algo se acaba. Ya necesitaba hacer algo mío, propio. Y eso es precisamente “Universo”.
Sin embargo, una no puede dejar de pensar en esa famosa pervivencia de los seres creados que donima a los escritores cuando acaban una novela. Después de más de diez años con un proyecto, los seres creados pueden tener el peso de mamuts prehistóricos, si no uno se para a pensarlo. Mucho de lo que has creado, compuesto, te acompaña, desde luego. En el fondo, este disco no deja de ser un paso lógico después de Elefantes. Y para ese paso lógico se rodea de elementos positivos, viaja, consigue la indepencia creativa que da el tener un sello discográfico propio: busca los materiales adecuados para confeccionar un universo y ofrecerlo, de tan íntimo, en el cuenco de sus manos, como se ofrecen las verdades.
Y la verdad él la encontró en Formentera, donde estuvo componiendo el disco. Allí estaba rodeado de cielo, mar, vegetación. Con ese contexto no es difícil recordar que somos un todo. Es curioso, porque un todo tiene algo de expresión gigante, y paradójicamente, una de las ideas que se desprende al escuchar Universo es la de interioridad, sencillez. Como una ternura personal para explicar el mundo. Quizás tenga que ver con las ganas de mantener el niño que fue, el que admiraba al payaso Charlie Rivel, o con las ganas de enseñarle el mundo a su hijo. Lo que quiero es evitar las prisas, dice Shuarma, parece que intentamos continuamente proyectar un futuro y nos olvidamos de lo que tenemos ahora.
Él no lo ha olvidado, y en Burkina Fasso lo tuvo más presente que nunca. Fue una experiencia increíble, cuenta sin poder evitar generar cierta envidia a su alrededor, y lo que vi, lo bueno, lo malo, me sorprendió muchísimo. Me gusta viajar porque es el mejor modo de entender cómo viven en otros sitios e ir a África, por tópico que resulte, supone comprender lo acomodados que vivimos aquí y los pocos motivos que tenemos para quejarnos. Y al margen de todo eso, lo que más me llamó la atención es la increible riqueza cultural y musical que tienen. Pude aprender muchísimo. Y como eso del karma, o de esa energía desprende, está demostrado que con él sí funciona, Shuarma ha cedido los derechos de J'habite a l'Eden, que canta con Yeleen, a Intermon Oxfam.
Esos gestos forman parte de las libertades que ofrece el hecho de tener un sello propio, Azar Records, por lo que que el disco tenga tantos videoclips como canciones carece de ese regustillo marketingzante al que la industria nos tiene acostumbrados. Hicimos los videoclips porque nos apatecía mucho, no hay un interés comercial de “cómprate el disco original que viene con todos estos videoclips” porque no creemos que funcione así. Y no queda otra que hablar de la Cultura Libre y de las famosas declaraciones de Paú Donés al respecto, en las que tacha de ladrones a quienes se bajan un disco suyo, independientemente de que con el dinero ahorrado puedan seguirle en sus conciertos. Si es que la cultura ha de ser libre, por definición. No tengo muy claro qué quería decir Pau con esas afirmaciones. Y mucho menos creo que sea un tema fácil de abarcar. Que algo está ocurriendo, desde luego. Y es muy probable que sea más síntoma de un problema a que sea la causa del problema. Pero encontrar el modo de solucionarlo, eso ya me parece más complejo. Aún así, en mi caso, quien quiera puede escuchar desde mi página web todo el disco. Ahí están todas las canciones. Y se pueden ver todos los videoclips. Si les gusta sé que querrán tener el disco en casa. Al menos, es lo que a mí me ocurre.
Antes de que el tiempo, y el café, se templen del todo, veo planear sobre nuestras cabezas la pregunta que tienen en mente todos aquellos que se han emocionado con las canciones de Elefantes. Y es que, incluso cuando un proyecto se acaba -porque esa es su naturaleza y estirarlo sería como reanimar con insistencia un amor de verano que jamás debió pasar de septiembre- existe un halo de mitificación en quienes lo han seguido, como una representación cotidiana de nostalgia. ¿Volver con Elefantes? Bueno, siempre se dice eso de que no sabes qué te va a deparar el futuro pero en principio no está en mis planes. Y de ocurrir sería porque surgiesen unas condiciones que hicieran que todo funcionara de un modo muy natural, sin tener la sensación de estar “rescatando” algo.
Y el café, ya tibio, se acaba. Y el tiempo. Y se va a otras entrevistas dejando una estela de energía cuando el fular, o alguno de los collares que lleva, roza un arbusto o una fachada de edificio. Y cuando para acabar el concierto, en la Sala Albéniz de Gijón, toca “Me gustaría hacerte feliz” algo, sin querer, sin que nadie lo pretendiera, era rescatado.

Artículo publicado en ElSúmmum.

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