Condicionamiento operante

Tú y yo vamos a vivir para siempre. Y me despierto.
Esta no es la mañana lluviosa de un diciembre que, a los 24, asegura estar por siempre cansado. No, hoy es julio de 2002, y la plaza de toros de Salamanca es un desencuentro. Una sábana con el nombre de un tipo que no va a cantar arde convirtiéndonos en telégrafos de señales de humo inútiles. Nadie va tocar esta noche. Ni siquiera quien dos veranos antes nos hizo creer que éramos eternos, porque era la propio -y nos hacía falta ya entonces.
Pero es por la tarde, en marzo del 99, y no hace frío en un aula de música que parece distinta los viernes. Es un ensayo despistado y tú sabes los acordes suficientes para sustentar la adolescencia.
Hoy me despierto y no es Liam Gallagher quien canta. No importa.
Esta mañana mi vecino aprende a tocar la guitarra para sostener sus propios pasos y tú me miras desde el otro borde de la cama -y el mundo-, sin cantar ahora que llueve, y diciembre pesa y ya no vamos a vivir para siempre.

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