Demasiado mala

Demasiado humano (los últimos días de Nieztsche)
Traspasos
Dirigida por Mikel Gómez de Segura
Dramaturgia de Jaime Romo

-Chicos, nos engañaron como a chinos.
Realmente intentaba quitarme mi parte de culpa, porque la idea ir ayer por la tarde a ver aquella función fue mía. Y mía la culpa, por creer en la R gigante y roja como certificado de recomendación de la Red Nacional de Teatros. Mía, que me dejo llevar por un texto críptico y el iconismo de los alemanes pensantes y viejunos.
Total, que como el buen amigo -y actor- Tato Loché se dejó caer por el norte el fin de semana, dije: Pues vamos al teatro, que aquí también llegan obras chulas. (Toma, sentando cátedra sin tener ni aproximada idea de las dos horas de bodrio que nos esperaban en la butaca del Jovellanos). Y ahí nos fuimos.
Y no pudo ser peor. Encontramos un esbozo vago, histriónico y -o, por dios, eso fue lo peor- aburridísimo de un Fiedrich Nietzsche, que pretendía ser cercano, divertido, emotivo, carismático y -já!- más humano que la imagen que la Historia de la Filosofía ha dado de él. Alfonso Torregrosa -quien no estaría mal de todo de existir una dirección de actores- se sale del personaje, da una vuelta, toma un café y vuelve. Promete y en rara ocasión cumple. Y, con todo, su interpretación es junto con la de Txema Blasco lo más salvable.
A destacar del plantel de sobreactuaciones, las dos presencias más "televisivas": la de Rafael Martín y Goizalde Núñez. Planos, sin conocimiento alguno de dicción y menos aún de transiciones entre una emoción y otra -o de un movimiento a otro, que tela-, encarnan al doctor Moebius y la hermana castrante y beata de Nietzsche. Y uno entiende que sean secundarios de series de televisión o que hayan alcanzado el reconocimiento en su carrera con un papel en Los Serrano, porque otra cosa no.
La colección de actores inverosímiles se ornamenta con una escenografía pretenciosa, que parece responder más a una propuesta decorativa de La Oca para hogares espaciosos del siglo XXI que a un planteamiento teatral. Todo metacrilato, limpito, figurativo, transparante. Al principio te hacen creer, mediante el diálogo entre el filósofo y su nana, que se esconderá debajo de la cama -justificando así el material, para que podamos verle oculto, mientras los otros personajes lo buscan-, pero no. Estas estructuras son estupendas, además, para que los actores se oculten tras ellas y sigan con un texto insulso y, en ese momento, inaudible.
La dirección brilla por su ausencia y cuando aparece es para recordarnos que el ritmo se perdió en algún ensayo de baile de salón para volverse irrecuperable. Un desastre.
Y, por favor, no dejen de interesarse por el texto. Con cuatro anécdotas que más que entrelazarse se unen por extenuante repetición, se construye una obra petulante, simplista, cuyo principal aval son los aforismos de un hombre que de haber asistido a una de las representaciones se habría dormido casi tan rápido como mi amigo. Se escudan diciendo que el estudioso que busque fidelidad con la biografía de Nitezsche saldrá escaldado, porque el texto se acomoda a unas necesidades dramáticas, narrativas. Pero es un escudo de forespán del malo, porque no sólo reducen un tema, una vida y un hilo de pensamiento a tres conceptos pobremente desdibujados, si no que además aburren y caen en lo previsible como una película de sobremesa que lleve por título Seducción mortal o algo parecido.

Por esto, mientras huíamos felices de recuperar una vida que ya tenía dos horas menos -y unas cuantas neuronas que habían optado por el suicidio colectivo- no entidimos aquella ovación que duró varios minuntos.

-Nos engañaron como a chinos - le contaría a mi amiga Natalia (arqueóloga de profesión, enóloga de vocación)
- Esto nun ye más que otra prueba de lo del vino peleón en vasu plástico. Que dícente que ún ye más caro que yo que sé y en llugar de escupilo crees que ye gran reserva.

Pues sí, será verdad. Que la percepción ahora se basa en lo que cuesta y en la fama que tenga. Que hemos perdido ya la capacidad de juzgar una obra por sí misma.
Nada, Nietzsche. Nada.

2 comentarios:

Anónimo | 21 de enero de 2008, 2:22

Qué malita pinnnnta tenía.

Te habría encantado The Other Side de Hurtado.

Mi próxima cita con las aberrantes butacas del Jovellanos es en marzo, para ver J'arrive, de Marta Carrasco, cuyos espectáculos siempre me trastocan (para bien).

Besos

Krasnaya | 21 de enero de 2008, 4:20

Demasiado Humano, ¿eh?
Creo que yo jamás habría dado una buena definición de la obra (de haberla visto) que la del vino peleón. Creo que nos va a salvar de muchos fregáos esi reportaje, jajaja...
En fin...