La velocidad a la que respiramos

El Otro (73 min). 2007. Argentina.
Dir. Ariel Rotter

Te llamas Juan Desouzas y respiras lento frente a las letras grandes, medianas, pequeñas que se dibujan tras las distintas lentes que pruebas en la consulta oftalmológica. Respiras fuerte, con tu mujer al lado, diciéndote que ya son dos semanas de retraso y que no tiene dudas. Respiras tres veces cuando ella te pregunta si tienes miedo.
Con tu padre es distinto, Juan. Ahí se te entrecorta la respiración: al levantarlo, al guerrear con él porque quiere valerse y echarse el agua de la palangana por encima de la cabeza. Respiras, también, con la ternura en un puño, porque el tiempo te aterra. ¿Recuerdas cómo te agitaste con el hombre del que sólo sabÌas un apellido, un nombre de pila, que se murió junto a ti en un trayecto de autobús?
Pero ahora te llamas Manuel Salazar y respiras en una habitación de hotel. Eres médico, dices, y estás soltero, sonríes. Nadie te espera, Manuel. Por eso te pierdes en la noche y respiras con espasmos con cada claxon violento de los camiones que te encuentran segundos antes de evitar arrollarte. Nadie te espera, Manuel, puedes perderte en la naturaleza. Puedes permitirte espiar a las chicas que se bañan casi desnudas. Puedes no decir la verdad.
Las normas cambian, Manuel, y si entras en el funeral de quien no conoces, y si te cuelas entre los besos de la desconocida de la que no quieres saber más allá de su piel, tendrás que ser Lucio. Lucio, aunque a ella le guste más Luciano. Y te llama Luciano, igual que al hijo que aún no tiene. Tú eres Lucio, y le hablas de los dos nenos que tienes en la ciudad de la que escapaste. Eres Lucio, y vas a volver a verla mañana, le dices.
Y con Manuel, con Lucio, con Emilio, con los que ni siquiera han llegado a tener nombre, respiras dándote licencias. Eres, disfrazado de esas vidas, un poco más libre, porque no te conoces tanto y te permites sorprenderte. Eres el tempo de una transición, ni tan siquiera un engaño o la sombra del impostor. Más bien, respiras como quien está de vacaciones de sí mismo, con esa relativa calma.
Pero eres, ya por siempre, Juan Desouzas, y vuelves a tus pulmones y tus zapatos con la ternura liberada, lejos del puño tan parecido a a un globo desinflado. Eres Juan Desouzas y has vivido, con cada respiración de los otros hombres que no has llegado a ser del todo, en el absurdo tramo en que recibes y despides, en el que te llega un hijo y se va un padre y la memoria deja toda la habitación revuelta.
Y eres Julio Chávez, que es Juan Desouzas, y das vida, das aire, a una vida con temblores y con pausas, y eres las palabras dramáticas de Chéjov -y creas tu personaje desde los elementos externos-, y eres la imaginería de Ariel Rotter -que sabe que respiras como Juan Desouzas respira y por eso te encarga que insufles oxígeno en otros pulmones.
Y eres también tú, que me miras desde un suelo lejano y compartido, que te ha parecido lenta la película, me dices, que te han faltado datos o historia, o histeria -si es que aquello era dolor.
Eres también tú, que al hablarme pareces otro, o confundí tu respiración, qué tonta, con el zumbido continuo del metraje al proyectarse.

Artículo para la II Separata del Festival Interncional de Cine de Gijón de Hesperya (inédita at the moment).

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