La forja de un betseller
Justo al levantarse de la siesta fue cuando decidió que ya estaba bien. "No más", se dijo. Se calzó unas prosaicas botas, se abrigó con un no muy lírico chubasquero del Carrefour y salió a la calle para poner fin a aquella situación. Soy Adán Primero y no pienso seguir tolerando esto.
La frase sólo alcanzó a decírsela a una mujer que, aunque no tenía la culpa, tenía cara como para hacerla responsable de todas las desgracias de la vida de Adán Primero. Tenía cara suficiente como para que, de hacerlo, le resbalara.
- Lo siento pero aquí dice que usted no estaba en su domicilio a las 12.40 de esta mañana.
- Pero no es cierto.
- Lo siento, es lo que pone en la notificación.
- Y yo le estoy diciendo que está mal, que es mentira.
- Lo siento, la notificación dice que usted no se encontraba.
- ¿No me encontraba? Lo que me encuentro es mal ahora.
- Si me da el DNI puedo darle el paquete en mano.
- No puede porque en mi DNI figura otro nombre.
- ...
- El paquete viene a nombre de Adán Primero, pero en mi DNI no lo pone.
- Debe decirle usted al destinatario que venga a buscar el paquete o traer una fotocopia de su DNI junto con la autorización.
- Pero yo soy Adán Primero.
- Me está usted haciendo cola.
- Vamos a ver, señora. Está claro que no me quiere entender. Yo soy Adán Primero. Firmo en la columna del periódico todas las semanas con ese nombre. Y al lado de ese nombre aparece mi foto, así que soy yo. ¿Nos parecemos? ¿Le parezco yo?
- Se da un aire.
- So-y yo. Lo que pasa es que mis padres tuvieron a bien llamarme, el día de mi nacimiento, Manuel. Soy Manuel Fernández. Eso pone en mi DNI. Manuel Fernández. ¿Lo entiende?
- Puede pedirle al destinatario que le autorice para recoger el paquete.
- ¡Señora! ¿Estoy hablando con un licuadora parlante? Le digo que soy el destinatario. Yo, Manuel Fernández, soy Adán Primero.
- Si tiene usted algún tipo de problema de identidad puede acudir al edificio anexo donde tenemos
- ¡No! ¡Maldita sea usted y el sistema burocrático de Correos!
Adán Primero tiró con firmeza de su chubasquero hacia abajo, como quien echa hacia atrás y altivamente una bufanda, aunque el gesto le hizo bajar también la capucha hasta la altura de los ojos, y se fue de allí como quien tropieza varias veces con los bordes de las puertas y resbala por unas escaleras mojadas.
No había logrado su objetivo. Daba igual lo resuelto que se hubiera levantado de la siesta -una terrible visión onírica en la que perdía todos los dientes le hizo ver que estaba bajo un sistema de castración inevitable, Freud dixit- no había conseguido el empuje suficiente como para enfrentarse de una vez por todas el terrible problema que le estaba impidiendo avanzar en su carrera. En Correos retenían, por negligentes causas, cuatro de los siete volúmenes de su curso por entregas de Cómo escribir una novela histórica. Aquellos malditos chupatintas, cognitivistas asalariados, custodiaban ferozmente el manual que sin duda lo sacaría del ostracismo.
Y todo porque había considerado tener un nombre a la altura de los historiógrafos a los que tanto veneraba. ¿Quién iba a soñar con la Grecia Antigua, con el Egipto Faraónico, con la Profunda Edad Media Monacal cuando la firma era la de Manuel Fernández? Aún de haber sido comentarista deportivo, y cubrir los encuentros del equipo de fútbol local, bien se podría haber llamado Lolo Fernández. Pero no, para la novela histórica hacía falta crear complicidad con el lector. Y nada mejor que ser el primer hombre, el Primero, para dejar claro que sus novelas -además de ser originales- hablarían de los orígenes de la Humanidad.
Lo que no sabía el hombre del chubasquero, de momento sólo columnista -y más por amistad de su padre con el director del periódico que por méritos-, era que estaba empezando a hacer historia. Mientras mordía trocitos rebeldes del papel de aluminio del pincho de calamares bajo la lluvia, la Historia comenzaba a escribirse, la de Adán Primero, el betseller amateur.
La frase sólo alcanzó a decírsela a una mujer que, aunque no tenía la culpa, tenía cara como para hacerla responsable de todas las desgracias de la vida de Adán Primero. Tenía cara suficiente como para que, de hacerlo, le resbalara.
- Lo siento pero aquí dice que usted no estaba en su domicilio a las 12.40 de esta mañana.
- Pero no es cierto.
- Lo siento, es lo que pone en la notificación.
- Y yo le estoy diciendo que está mal, que es mentira.
- Lo siento, la notificación dice que usted no se encontraba.
- ¿No me encontraba? Lo que me encuentro es mal ahora.
- Si me da el DNI puedo darle el paquete en mano.
- No puede porque en mi DNI figura otro nombre.
- ...
- El paquete viene a nombre de Adán Primero, pero en mi DNI no lo pone.
- Debe decirle usted al destinatario que venga a buscar el paquete o traer una fotocopia de su DNI junto con la autorización.
- Pero yo soy Adán Primero.
- Me está usted haciendo cola.
- Vamos a ver, señora. Está claro que no me quiere entender. Yo soy Adán Primero. Firmo en la columna del periódico todas las semanas con ese nombre. Y al lado de ese nombre aparece mi foto, así que soy yo. ¿Nos parecemos? ¿Le parezco yo?
- Se da un aire.
- So-y yo. Lo que pasa es que mis padres tuvieron a bien llamarme, el día de mi nacimiento, Manuel. Soy Manuel Fernández. Eso pone en mi DNI. Manuel Fernández. ¿Lo entiende?
- Puede pedirle al destinatario que le autorice para recoger el paquete.
- ¡Señora! ¿Estoy hablando con un licuadora parlante? Le digo que soy el destinatario. Yo, Manuel Fernández, soy Adán Primero.
- Si tiene usted algún tipo de problema de identidad puede acudir al edificio anexo donde tenemos
- ¡No! ¡Maldita sea usted y el sistema burocrático de Correos!
Adán Primero tiró con firmeza de su chubasquero hacia abajo, como quien echa hacia atrás y altivamente una bufanda, aunque el gesto le hizo bajar también la capucha hasta la altura de los ojos, y se fue de allí como quien tropieza varias veces con los bordes de las puertas y resbala por unas escaleras mojadas.
No había logrado su objetivo. Daba igual lo resuelto que se hubiera levantado de la siesta -una terrible visión onírica en la que perdía todos los dientes le hizo ver que estaba bajo un sistema de castración inevitable, Freud dixit- no había conseguido el empuje suficiente como para enfrentarse de una vez por todas el terrible problema que le estaba impidiendo avanzar en su carrera. En Correos retenían, por negligentes causas, cuatro de los siete volúmenes de su curso por entregas de Cómo escribir una novela histórica. Aquellos malditos chupatintas, cognitivistas asalariados, custodiaban ferozmente el manual que sin duda lo sacaría del ostracismo.
Y todo porque había considerado tener un nombre a la altura de los historiógrafos a los que tanto veneraba. ¿Quién iba a soñar con la Grecia Antigua, con el Egipto Faraónico, con la Profunda Edad Media Monacal cuando la firma era la de Manuel Fernández? Aún de haber sido comentarista deportivo, y cubrir los encuentros del equipo de fútbol local, bien se podría haber llamado Lolo Fernández. Pero no, para la novela histórica hacía falta crear complicidad con el lector. Y nada mejor que ser el primer hombre, el Primero, para dejar claro que sus novelas -además de ser originales- hablarían de los orígenes de la Humanidad.
Lo que no sabía el hombre del chubasquero, de momento sólo columnista -y más por amistad de su padre con el director del periódico que por méritos-, era que estaba empezando a hacer historia. Mientras mordía trocitos rebeldes del papel de aluminio del pincho de calamares bajo la lluvia, la Historia comenzaba a escribirse, la de Adán Primero, el betseller amateur.
1 comentarios:
¡Esta es mi niña!
Cuándo dejarás la dispersión y te dedicarás a lo que de verdad haces muy bien (bueno, vale, muy bien lo haces todo, que luego dirás que te traumatizo) o sea, cuando te pondrás a escribir ESA novela que tienes que escribir y ... bueno, y ya puestos cuándo harás esas otras cosas que...
ah, bueno, vale, que ya me callo...
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