Escrito en la piel

Fue en la época en la que T se quedaba a dormir en casa. Por las mañanas, mientras preparábamos las tostadas, el zumo, el café, me hablaba de lo que había soñado la noche anterior. Esto lo hacía en parte porque de aquella compartíamos cualquier idea absurda con la intención de acabar haciendo algún proyecto -quién sabe si artístico o culinario de tentempié-, y también porque era el modo de rescatar del previsible olvido imágenes o sensaciones que, por lo general, la mantenían alerta justo antes de conciliar el sueño. He de confesar, por mi parte, que siempre me ha maravillado escuchar a T y que sabía que en alguno de esos sueños encontraría una historia que realmente me motivara.
Pero no fue un sueño lo que me contó la mañana en la que se nos quemó el pan en el horno, si no una fijación. Mientras yo valoraba si raspar la cubierta de harina negra que le había quedado a la baguette, ella me hablaba de un tatuaje que no se le quitaba de la cabeza y que no recordaba a quién se lo había visto. Me preguntó si me sonaba pero lo cierto era que con aquella descripción no recordaba ninguno. Hicimos repaso de amigos, de conocidos y luego de no tan conocidos. Me lo dibujó en la pizarra de la cocina al tiempo que yo ya me había decidido a tirar el pan y cortar algo de fruta. Con el café caliente y unos trozos de pera en un bol llegamos a la conclusión de que aquel tatuaje lo habría visto en el escaparate de algún estudio de piercing, no había más opción.
Como aquella fue la época de las manías y las fijaciones que no conducían a ninguna parte -quizás porque las dos estábamos en época de exámenes y de decisiones que debían preocuparnos y así nos ocupábamos también de lo accesorio con cierta frivolidad- con el paso del tiempo olvidé la historia del tatuaje y casi su posible forma.
Meses después, cuando ya vivíamos en otras ciudades y teníamos las dos el pelo más largo, T me llamó para pasar unos días juntas. Se quedó en mi casa y pasamos la noche hablando. Por la mañana, de la que preparaba la cafetera, se acercó a la cocina para ayudarme y le vi, en el omóplato, el tatuaje del que tantas veces hablamos. Sonreí al verlo y se dio cuenta. Me confesó que después de tanta obsesión acabó por sentir que el tatuaje era más suyo que de ningún recuerdo difícil de ubicar. Me pareció un estupendo modo de cerrar una etapa y me alegré.
Toda esta historia no tenía más importancia hasta la llamada de T de hace dos días. Ya había tenido noticia por más amigos que ella empezaba a estar a gusto con alguien, un chico del trabajo que venía desde Oporto y hablaba la que siempre nos pareció la lengua más bonita del mundo. Ella misma me había contado que sentía haber conocido a alguien muy especial.
Por eso, y quizás porque era el tipo de cosa que sólo le podía ocurrir a mi amiga, no sentí la sorpresa lógica cuando me contó que habían pasado su primera noche juntos y le había descubierto, un poco oculto, entre el brazo derecho y el hombro, el mismo tatuaje que ella llevaba en la espalda, y que tantas veces la había desvelado.
Se me ocurrió que T tenía escrito en la piel su destino. Pero me pareció demasiado literario y le acerqué en la distancia una risa y un par de frases sobre la casualidad antes de colgar el teléfono.

1 comentarios:

p.a.marín estrada | 16 de agosto de 2008, 20:33

comentariu atrasáu a la vuelta d'unos díes fuera del reinu de j.c. borbón... qué nueva más estimulante saber que señor paraguas va facer el nuevu clip de Arma X, pa mi lo más auténtico y verdadero del panorama musical d'esti cachu prau de mierdina...de cierto paezme un talentu fuera de lo corriente que ye quien arrepresar con cuatro palabres y unos ritmos tolo que somos equí y agora.... y aprovechando que pasa'l Nalón, el llunes sal por corréu postal a unes cuadres de onde vive ún el prometíu exemplar de 'animal estrañu'...