Torrijas

- Será mejor que te laves las manos.
Ella no sabe a qué se refiere. Sólo piensa en que hace un momento el gato se había vuelto a abalanzar sobre sus piernas desnudas, y ahora, en el gemelo derecho corría un hilo de sangre. Ya ni se reprochaba llevar pantalones cortos, como si aquello fuera una incitación para aquel tigre doméstico, porque hasta los vaqueros cedían a sus mordiscos. Todas las medias hechas jirones, las piernas destrozadas. En verano cualquiera podría pensar que se dedicaba solamente a saltar zarzales.
-¿Que me lave las manos?
Él siempre lo tiene todo controlado. No hay mañana sin zumo, sin café caliente. No hay paseo sin una caja de chicles o sin coversación. Todo va siempre sobre ruedas, porque él es de esas personas que hacen que todo fluya. Sí. Cuando se conocieron ella pensó que era más príncipe que azul, y que por lo tanto la trataría siempre como una reina.
- Sí, he hecho torrijas.
Y la besa en la cabeza. No le cuesta llegar porque ella lleva un buen rato en el suelo. Por lo visto se desesperó después del nuevo zarpazo de la pequeña bestia con la que comparten piso y quizás fuera el estrés o una acumulación de días bajos, no lo sabe, pero debió quedarse bloqueada, en mitad del pasillo. Quizás más tiempo del que en un principio había pensado. El gato, curiosamente, no está por ningún sitio. Y debería buscarlo, y reñirlo.
- Venga, levántate. Será mejor que te laves las manos.
Y como un príncipe la lleva por el pasillo, en el comedor un té y un plato con torrijas. Todo está tranquilo. Nada maúlla.

2 comentarios:

Krasnaya | 8 de abril de 2009, 4:53

¿Torrijas? ¿Piel de cerdo asada?

¿O estás hablando de picatostes? O_o

Ana Pérez Cañamares | 9 de abril de 2009, 1:49

ay, qué escena más bonita. Me ha emocionado esa cotidinidad dulce de las torrijas.
Ganas de verte. Un beso!