Cuento de verano

Al despertar, Julieta Carnero habría de sorprenderse al descubrir que su cuerpo era el de una espantosa polilla de los alimentos. Ella, que hasta ayer mismo tenía unas piernas bonitas y largas (eso le decía Víctor, eso y alguna otra cosa más) y que jamás había oído hablar de ese extraño tipo de insecto, se reconoció frente al espejo con alas marchitas y aspecto peludo, chiquitaja y con una necesidad feroz por atracar la despensa como desayuno.
Un par de días después su amiga Marta agradecería a los publicistas el aviso de aquella engorrosa y casi invisible plaga, que habría pasado inadvertida de no haber pegado en el interior de la puerta de su despensa aquella lámina adhesiva en la que una enorme polilla peleaba por zafarse de la trampa mientras chillaba, ya en una lengua inaudible, que era una estúpida por hacer todo lo que la tele decía y que ya no eran amigas y que quería irse a casa.

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