La herida
Llevo una herida tan hondaque cualquier apóstol incrédulo
perdería sus dedos en ella.
Me pinté la cara tan de verde
que la esperanza se arrojó al canal.
Compré agujas y pinceles
y me apunté a un curso
de restaurador de almas.
Me lancé a la calle, diploma en mano,
a proclamar el evangelio.
de Sara Toro, Souvenir, La Bella Varsovia, 2oo9.
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