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Ayer el Supernova, de reciente apertura en Oviedo (vayan, yo en cuanto ponga pies en la tierrina pienso hacerlo), hacía una pinchada comentada (claro, que esto me lo acabo de inventar) con escritores como Marcos Canteli, Vanessa Gutiérrez, Chus Neira o Fernando Menéndez.Hay dos ideas que se han sentado junto a mí en la barra. Sí, quizás porque estoy sola (y entiendo la soledad como una lluvia soleada, que lejos de ser molesta comienza a generar, según cae, un absurdo principio de nostalgia) son sólo las ideas las que se materializan para beber a mi lado. A veces se materializan en un esquizo al que es imposible no escuchar, o en una mujer que puede que sea más joven que yo –aunque yo no me sienta mujer, si no una chica, o una niñata si me apuran, y anda que no me apuran a veces. Hay dos ideas sentadas junto a mí en la barra. La primera se ríe, ha bebido más de la cuenta y lo ha cargado todo a la mía (a mi conciencia y a mi bolsillo), y me dice que no todo el mundo nace para ser un personaje de Kieslowski. Genial. Nadie se va a concentrar en mis manos sujetando un sobre de azúcar, nadie me admirará así me pase una tarde entera viendo cómo la luz se mueve sobre la mesa. Qué coño, me responde descojonada esa idea a punto de caer del taburete, si es que en este antro ni siquiera entra luz. Al otro lado, la otra idea, que lleva el gin tonic como quien se toma con calma una bebida reconstituyente, me dice que no va a ser todo follar. La cita me desconcierta y la aseveración más. Todo viene por algo, claro, aunque estas ideas sean unas crípticas y unas gorronas. Hace un rato tú y yo hablábamos de música. Como siempre quieres discutirme los gustos, que es algo así como echar por tierra una certeza sin casi pretenderlo. Te confieso lo erótica que me parece la versión que hicieron los dna de “Tom´s diner”. ¿Qué erotismo tiene una petarda pelirroja sentada en un bar? No te digo nada, pero por dentro me confieso que jamás había entendido la letra, sólo cogía palabras sueltas, las reelaboraba. Al final la tía se pira a coger el tren y ya. ¿En qué catedral estaba pensando para que me pareciera una canción cargada de pequeñas muertes, de eufemismos que remitían a espaldas felizmente arañadas, de espasmos, de sudor, de una tensión que rebasaba cualquier cuenco?
Tú te has ido. Claro, esta vez tampoco me has agarrado de la cintura con un sustantivo en condiciones. Se han sentado estas dos interesadas a reírse de mí y sacarme los cuartos, para que me cueste igual que cualquier otra borrachera pero me cunda menos. Se ríen tanto que casi las oigo, y para ser unas ideas incorpóreas meten bastante ruido. El camarero me mira, como si me leyera el pensamiento, o como si fuera una de esas que va por ahí contando su vida. Aquí, en este bar, con las ideas que sólo yo veo y la horrible sospecha de llevar una buena encima, entiendo que en los bares una también se desnuda. Abandono la barra del bar como una bailarina torpe tras su primer streaptease.
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