Hablar de los amigos que gustan, o el prólogo a Pop Retórika

Lo que escribe Pablo X. Suárez me gusta por muchos motivos. Unos son subjetivos y otros lo son todavía más.
Antes del verano me pidió que hiciera el prólogo para Pop Retórika que, por fin, iba a ocupar lugar en las librerías gracias a Glayíu Editorial. Escribí esto (pongo un cachín por no dar la chapa y por dejar por desvelar cosas, porque lo suyo es que acudáis en masa a las librerías a por él, que son fechas):


PRÓLOGO PARA UNA RETÓRICA POPULISTA

Una cosa complicada es estropear una cremallera. Lo normal es que no tenga arreglo. Que jamás vuelva a contenerse aquello que antes sí. La colección de objetos en una mochila. El cuerpo generoso de un adolescente. La bragueta sin abundancia de un tipo cualquiera. Sólo queda la opción de sustituirla: quitar, buscar, volver a poner. O entender que si las cremalleras se rompen quizás es porque ya no deben guardar nada. Pop Retórika se abre así,

abiertamente.

Quizás a Pablo X. Suárez le guste romper cremalleras. O a la voz poética de Pablo X. Suárez (la misma a la que le gusta la mortadela, la nocilla, La Buena Vida, los sapos cubanos de Düsseldorf y no el chocolate, o no como forzado sustitutivo cultural). Quizás la voz poética de Pablo X. Suárez se dijo un día, al volver a ver aquella censurada portada del Sticky fingers de los Rolling, pues menuda tontería bajar una cremallera. Lo suyo, si de verdad ha de bajarse, es que no se vuelva a subir.

Así los poemas del poeta X, no por misterioso (aunque su X sí se haya registrado ya para presentadores en recitales y plumillas en apuros como un enigma más -¿no es la poesía un enigma?, añadiría algún estupendo). Así, permanentemente abiertos. Como si alguien le hubiera quitado a las certezas su piel de plátano.

Lo que ocurre es que en la posmodernidad el plátano ya se ha quedado marrón e insoportablemente dulce. Este halo de siglo-veintiuno-era-digital, tan edulcorante. La posmodernidad nos ha dejado una levedad, como con regusto a vainilla. Y un empalague, como si bebiésemos las babas de un montón de niños empachados de piruletas. Poesía como hoja oriental, poesía gominola. Todo es reflexivo o dulce. A todo esto el poeta X (al que imagino cual Roschard, de Watchmen, paseando con una expresividad cambiante) mira a su alrededor y suelta un “Ni de coña”. A la gente le preocupan otras cosas. Y se preocupan de otra manera.






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