Sobre el FICX 49 en El Cuaderno


Elija su propia adolescencia


Ser adolescente cuando eres adolescente es una mierda y te vas al cine. Si cuando eras adolescente no te parecía una mierda serlo, pasa al texto siguiente. Si no ibas al cine vuelve a la página de 1999. Suerte. Si te vas al cine, continúa leyendo.

Ser adolescente es la piel permeable. Y como también existen el diseño de interiores y sus modas, lo suyo es mirar de qué se viste una por dentro. Si de Kate Winslet a golpe de bucle o de heroína al borde del tanga sacada de alguna teleserie del país. Pero col aire les castañes, si pasabas esa adolescencia -que en verano tiene su gracia y en invierno ni puñetera- en Gijón podías pasarte unos días siendo otras cosas (no personas, no perros, marque la casilla “otros”) desde una butaca de cine. Más de una semana de Festival. Aquello a lo que los profesores te animaban tanto a ir que daba igual el examen. Aquello que contenía títulos en tantos idiomas, algunos por estrenarte la lengua, los oídos.

Y es cierto que importa muy poco todo (amalgama entonces de deberes, deportes, microsociedades y quéesesodelfuturo) mientras un disparo detona el principio de Ken Park (Larry Clark, 2002) o las imágenes fijas acaban siendo movimiento en La jetée (Chris Marker, 1962). Poco cuando sorbes con pajita un refresco de cola en algún café francés sabiéndote estereotipo de damme sans merci de la nouvelle vague, esperando a un Patrick porque Tous les garçons s'appellent Patrick (Godard, 1959). Muy poco mientras atraviesas el pueblo vecino preguntándote dónde está la casa de mi amigo (Khane-ye Doust Kodjast, Kiarostami, 1987). Eres en pantalla grande el primer Harrison Ford, aún con astillas entre las uñas, sobre un coche que al pisar el acelerador dejar un graffiti americano (American graffiti, George Lucas, 1973) y el terror en las sombras sobre el rostro de un estudiante (Der student von Prag, Rye y Wegener, 1913). O quien pasea por el puente de Toledo en un día de escapada, con la misma adolescencia y otro tiempo en El buen amor (F. Regueiro, 1963).

Eres, es cierto, los ojos abiertos y las manos sin palomitas. Eres cada uno de los cuatrocientos golpes (Les Quatre cents coups, F. Truffaut, 1959) y el rollo cambiado del metraje de Ditirambo (G. Suárez, 1969). Eres otro modo de ser y estar en esos diez días de cine. El alivio fresco a la salida de Visitor Q (Takashi Miike, 2001), la lágrima rápida en el de al lado mientras The war game (Peter Watkins, 1965). Y el personaje de Oksana Akinshina en Lijla 4-ever (Moodyson, 2002) tiene más que ver contigo que los libros en la mochila Randa pintarrajeada. Eres los ojos abiertos y las ganas de los ojos tras el objetivo. Eres el deseo de estrenar un cortometraje, como Sergio G. Sánchez con 7337 (2000). Eres las ideas para una película, la historia en los labios. Una manera de estar más parecida a la manera de estar que acabarás por ser.

Si el Festival Internacional de Cine de Gijón te salvó un poco de odiar tu adolescencia igual a todas las adolescencias, pase a la edición 49. Gracias.


Texto publicado en El Cuaderno nº5. 13 de noviembre de 2011.

1 comentarios:

Hugo Mier | 18 de noviembre de 2011, 5:16

Te ha quedado un poco gafapasta, pero bueno, muy emotivo también ;)