Hemos delegado en los peores


Ante la catástrofe nos mostramos. Eso dicen. 
Ante el problema, el dolor, se acude. Eso nos hace humanos.
Bomberos en huelga que desconvocan para ayudar, para atajar el desastre, si es que es posible ese atajo. Médicos, enfermeros en paro que se vuelven imprescindibles, demostrando que nunca dejaron de serlo (qué recortes, entonces, qué justificación).
Es unánime la afirmación: la sociedad responde. El pueblo responde. 
Cada persona pequeña con un trabajo pequeño, o ninguno; con un sueldo pequeño, o ninguno; con un nombre que jamás pasará a los libros de Historia; pone todo de su parte. Voz en la lejanía, mirada atenta e interesada que comparte aquello que le llega, que se informa y se duele. Sangre y manos, quienes están más cerca. Que se manchan y se mueven y se duelen con. Un espanto que nos atraviesa a todos como un rayo que desde la tierra nos parte en dos. 

Ni estas palabras ni otras saldrán del teclado que sea que use el presidente del gobierno del estado (?¿) español. Porque el presidente del gobierno del estado español (y sí, en la minúscula hay militancia a estas alturas) no se desplaza al momento. Espera. Y no escribe ni ha de escribir él sus propios comunicados. Ni siquiera ante un desastre y un dolor manifiestos. Él no. Él está para otros menesteres que aún se esperan. O quizás no esté para ningunos, y así no es posible la recriminación. 
Un amigo me explicaba hoy que a quien no hace no se le puede juzgar. Mariano Rajoy, presidente a día de hoy del estado español, no hace. Todo lo hacen por él. Juzguemos pues al becario, al encargado, al escriba. Pero no al Presidente, que está para otros menesteres.

Mientras me pregunto cuál ha de ser la ocasión que requiera una acción directa digna de tal dirigente pienso en los trabajadores que con sus manos rescatan, limpian, se sangran y donan, se duelen. Todas esas personas pequeñas que no tienen quién les escriba ni quién les haga. Que son, están y dicen, y responden de sus actos que son suyos.

Es unánime la afirmación: el pueblo ante la tragedia, responde.

Es inevitable pensar si hemos dejado que nos gobiernen los peores: los que no se duelen, los que no se manchan, los que dejan que por ellos digan otros y si lo dicen mal no ha de ser culpa de ellos.



¿El Poder corrompe o eso es lo que nos dicen los poderosos corruptos? 
¿Podemos llamar Poder a ejercer el gobierno, y por tanto voluntad, de un pueblo? 

¿Hemos delegado en los mentirosos, los sofistas, los que  falsean, una vez más y sin saberlo? ¿Tienen el control precisamente aquellos que no queremos que estén cuando las cosas son terribles, cuando hace falta creer en que tras la tragedia habrá una mano, sangre, un hombro que se duela de verdad con nosotros?

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