La incertidumbre de la mortadela con aceitunas


E. prueba cosas nuevas. El otro día fue la mortadela con aceitunas. Su padre le daba una finísima rodaja de uno de los hits de las meriendas de nuestra infancia y de repente me vino una imagen con tal fuerza que no podía ser otra cosa que un recuerdo: mi padre quitándonos los trocitos de aceituna de la mortadela. 
Cuando los recuerdos vienen así, de esta manera, una no se da ni cuenta y lo dice en alto. El padre de mi hijo me mira como si acabase de hablar en otro idioma. Lo que digo, quitar las aceitunas de la mortadela con aceitunas, no tiene ningún sentido.
Pero el recuerdo, nítido, sigue ahí. 
Escribo entonces en el grupo de whatsapp familiar que hace que no vivamos en casas -o países- diferentes. Les pregunto si puede ser que sucediera tal cosa, si lo recuerdan. Mi madre responde rápidamente que eso no tiene ningún sentido (y van dos), que las aceitunas son mejores que la mortadela en sí. Mi padre no lo desmiente ni lo confirma, que viene a ser que no se acuerda, vaya. 
Pero ahí sigue ese pequeño metraje de qué película en la que mi padre, con una paciencia infinita y ante nuestra aprobación, quita uno a uno los redondeles de aceituna de cada una de las rodajas de mortadela de nuestra infancia. 
Si realmente pasó, no entiendo bajo qué argumento pasaba. Qué justificación saludable había. Qué desconfianza generaban las aceitunas, y no la mortadela. 
Y si no pasó, si tiene que ver con lo soñado. 
Recuerdo que alguien me dijo -o en algún sitio leí o alguna vez escuché en alguna serie de ficción- que en los sueños todos los personajes somos nosotros mismos. ¿Y si era yo quién quitaba, en la realidad o en los sueños o en otra parte parecida a las dos anteriores, las aceitunas de mis meriendas? ¿Y si todo este tiempo era yo, como un Tyler Durden de andar por casa, quien estaba metódicamente, rodaja a rodaja, gestando una carencia en el futuro?
¿Qué suponían esos redondeles de aceitunas que jamás se ingirieron? 
Mi infancia feliz, ¿lo fue por tal medida de precaución o fue feliz mi infancia pese a esa carencia?

La pediatra dice que E. no tiene nada:  un poco de virus, mocos, tos. Nada. Que no le agobiemos y que coma lo que le apetezca. Aunque está desganado hoy también devora una rodaja de mortadela con aceitunas que su padre le ha partido en cachitos. Las aceitunas y su incertidumbre entran en su cuerpo con tos pequeña. De repente le veo enredar con un trocito. Entre sus dedos hay una fina silueta de redondel de aceituna. La deja fuera del plato. Me mira. 

1 comentarios:

Miss Lund | 11 de diciembre de 2013, 3:48

Me encanta, Jenny.
Yo recuerdo claramente quitar primero las aceitunas para comerlas solas al final.
Un beso!