La huella de la luz después de arder

En un día extraño para la extraña ciudad en la que vivo, preparo la presentación de un libro que en un par de ocasiones se ha presentado ante mí como clavo ardiendo. Pienso, tomando esas notas, que es un día extraño para hablar de poesía -ese sábado en el que se presenta Combustión, de Marcos Díez, en La Buena Letra, y en el que hay una realidad que se muestra tan urgente. Leo este poema:



Entiendo que es urgente hablar de poesía. 

Combustión abre con un motor que arranca. Y el trayecto del coche no se detiene. Se recorre un paisaje, que a veces es como un zootroppo, y tiene esa idea de bucle continuo, o de vuelta -revisitación podríamos decir en plan pedante, pero también de manera precisa- sobre los pasos ya dados. Pero no siempre, desde este coche, se mira por la ventana. A veces la mirada va al interior del vehículo -digo ahora lenguaje, y decir lenguaje es hablar de la traducción del pensamiento, del intento por su torna más cercana de la nebulosa al verbo-, a veces la mirada va al propio motor que está desplazando.
Oxígeno y gasolina para una buena combustión. Estamos hablando del poema, de la materia que nutre el poema. Y también de qué hacer con el poema.

Qué hacer y para quién. Releo el poema "Surcos" en estos días tan confusos en los que caminamos con la atadura de trazar un recorrido que no nos deja ver. 




Tengo abierta la puerta donde vivo, con sol dentro. Y así, con Sol dentro es la primera de las dos partes que componen este libro. Juan Ramón Jiménez abre Combustión como quien abre una puerta, que no es lo mismo que una ventana. Abrir una ventana tiende a ser para que entre el aire dentro, es un gesto de dentro, para dentro. Abrir una puerta es un gesto desde dentro para afuera. Así estos poemas. Invitación, palabra abierta, entrada a un diálogo expuesto que a veces gira -repito, el zootroppo-, que a veces avanza, que a veces dispara flechas para poder pensar sobre la flecha. En esa reflexión (flexionar sobre, doblarse una, uno), este poema:




No puedo, pensando en “Muro” dejar pasar una de las dos citas que abre la segunda parte (Mapa de ruta). Escribe Luis Rosales, cita Marcos Díez:
“Hay un encuentro en el aire y en modo alguno quisiera detener esta caída en la que toco la verdad”. 
Esa idea de caída me lleva al recuerdo del sueño. Soñar que caemos. Hasta jurar que caímos, cuando tenemos la sensación de aterrizar en la cama. No es así, son los espasmos mioclónicos, que pueden sacarnos del inicio precoz del sueño. Pero en la sensibilidad frágil de lo onírico casi creemos que algo estábamos entendiendo y entonces caímos. 
Combustión es el desplazamiento y lo que arde en el mismo. Esa imagen del fuego que nos cautiva porque va con nuestra especie que nos cautive. Que se plaga de significado, porque llevamos toda nuestra historia hablando de ella. Que ilumina primero y que al irse modifica -contamina, dice el poema, y dice bien- lo que había.






El coche de Combustión, de ser un coche, no pretende ser uno ecológico. Es consciente de la contaminación del poema. La asume, se mancha, nos mancha. Y nos da luz.  

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