No duden,
señores, señoritas,
en asomar sus narices
por este humilde tendal.
En sus cuatro aristas,
en sus más de doscientas líneas
que no conducen a ninguna parte
que no sustentan más que trapos,
encontrarán
piezas de lencería rebajadas
-la última hora nunca es bonita en ningún bar-
restos de medias con agujeros
-y nadie sabe ya cómo arrancar nada sin morder demasiado-
una combinación estropeada por la lejía
- ya no sabemos borrar el recuerdo de algunas bacterias-
y ligueros estropajos corazones las tapas de un tacón.
Acérquense,
señores, señoritas,
seres esposados a sus buenas intenciones,
y disfruten del paisaje
tendido
como la escenografía de un cuento de dickens,
como un desguace sentimental, una penitencia,
y arrojen
en cuanto lo vean preciso
todas las piedras que con cuidado
se han colocado en hilera

y a su total disposición.

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