La vida a 24 fotogramas



La Filmoteca de Asturias comienza el rodaje del documental sobre Florentino Soria, un humanista del cine

Hay recibimientos que son como un temblor. Estrechas por primera vez una mano hasta entonces desconocida, con unos trazos en las palmas confusos y ajenos, y recibes -muy de vez en cuando- una descarga térmica, o de confianza. Es el calor de la conversación que aún no se ha iniciado.
Las manos de Florentino Soria no se desdibujan en aspavientos porque no merece descripciones torpes o pretenciosas. Conoce, como buen docente, las cualidades de la precisión; sabe, como buen guionista, el valor de cada gesto. No está la economía lingüística entre sus virtudes, Os advierto: tengo incontinencia verbal.
Cinco horas después uno no puede más que darle la razón. Y qué suerte. Qué suerte que tanto conocimiento, tanta vida, tanto cine en su entendimiento más cinético -de movimiento, de emoción y entusiasmo- confluyan en una misma persona, en alguien que disfruta relatando, que describe como si midiera la luz que hay en cada escena, que ordena la historia sin necesidad de moviola, con las tijeras perfectas de la tensión narrativa. Cinco horas con Florentino, y es él quien habla.
Nosotros, un equipo parapeteado por la cámara, los micrófonos, los focos, asistimos al relato de una historia, pequeña y extensa -porque a veces conviven términos enemistados-, del cine en España. La creación de los cines de Arte y Ensayo, el interés por los ciclos de películas para niños, la profesionalización de una Filmoteca Nacional que recuperase todas aquellas cintas que los incendios, la guerra, habían convertido poco más que en reseñas de periódicos antiguos. Y asistimos también al relato de una historia vital, la de un hombre que se crió entre libros, que se enamoró de las palabras para, poco tiempo después, empeñar su vida en una quimera que no resultó ser tal -aunque sí un empeño firme, de los de voluntad, que suelen ser más fructíferos y más exigentes-: el cine.
Su mujer, Alicia, se ríe mientras nos dice que de no haberle gustado a ella el cine habría sido una viuda porque para el hombre que la enamoró mientras le explicaba doctrinas filosóficas en el instituto no ha existido mayor pasión. Es cierto que no hablamos de alguien obsesivo, con ojos sólo para el séptimo arte. Una vez, con la vehemencia que siempre le brilla en los ojos, dijo que el cine estaba para él por encima de todas las cosas. Su mujer, con comprensibles celos, le miró contrariada. Pero cariño... tú no eres una cosa.
No hay quien haya conocido a Florentino Soria que no guarde con mimo alguna anécdota de este profesor, guionista, director e historiador del cine. Y no hay quien le escuche y no se maraville. Esto le ocurrió a Icíar Bollaín cuando lo conoció compartiendo un café y el guión de Mataharis. El recién nombrado miembro de la Real Academia, Jose Luis Borau, se lo recomendó para el personaje del anciano que había vivido una historia de amor durante la guerra civil. Ha trabajado en algunas películas de Berlanga, y te va a encantar. Y así fue, cuenta Bollaín, se enamoró de este nonagenario, entusiasta desde el primer momento porque, a su edad, le daban el papel de su vida.
Una vida en la que desarrolló prácticamente todos los oficios de la industria cinematográfica, menos el de productor. Él, uno de los cuatro mosqueteros, junto con Juan Antonio Bardem, Luis García Berlanga y Agustín Navarro. Una vida que alimenta con una película diaria. Le encanta el melodrama, me chiva su mujer, y tiene una norma: si no llora es que está mal hecho.
El encuadre durante la entrevista se ajusta de una lámpara de mesa encendida hasta unos estantes repletos de libros -primeras ediciones de Machado, facsímiles o publicaciones actuales-. El director del documental, Alfonso S. Suárez, se interesa, ya fuera de cámara, por sus preferencias más personales. Hawks, Wilder, Sicca, Erice, Almodóvar. Le gusta Garci más que a sus detractores, menos que a sus incondicionales. Le gustan las buenas historias, bien contadas y sabe que el tiempo es el único que permite elaborar una crítica real. Las críticas sobre los largometrajes actuales son sólo provisionales: es necesario liberarse de los prejuicios coétaneos a la realización de la propia película. Es necesario, dice, que pasen veinte años.
La Filmoteca de Asturias, con Juan Bonifacio Lorenzo como mente incansable y preocupada por el patrimonio cinematógrafico de la región, produce este proyecto, esta biografía coral sobre la vida de Florentino Soria, y en la que intervienen compañeros de la profesión como Pedro Masó, Jose Luis Merino, Bollaín o Borau. Y el material, hasta el momento, suelta por las aristas del soporte digital cariño en dos direcciones: el que sienten quienes hablan hacia Florentino y el de éste por el cine, que ha sido más que su profesión. Es mi vida el cine. No se sonroja porque lo dice con la humildad de quien reconoce lo que cine ha supuesto para él sin pretender haber supuesto nada para el cine.
Pero lo ha supuesto. Ha formado a generaciones de guionistas, de directores -Sumers, Erice, Miró-, de amantes incondicionales del celuloide. Y lo sigue haciendo. Tan sólo hay que escucharle para lamentar que alguna gente se jubile, que haya profesores tan lúcidos, brillantes, inteligentes y sensitivos fuera de las aulas.
No vamos a hacerle trabajar, Florentino, sólo cuéntemos, sólo háblenos de esa magia que respira entre los fotogramas de eso que para muchos es vida.

Artículo publicado hoy en La Nueva España.

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