Inevitables probabilidades

"Yo ya había entrado en una fase de mi biografía en la que nada me vendría regalado, más bien al contrario, y las cosas buenas dependerían sólo de mi esfuerzo, aunque sin ninguna garantía de retribución; las malas, en cambio, irían llegando irremediablemente, con la puntualidad ineluctable del recibo de la luz, el aviso de una inspección de gas, la carta de despedido y, más tarde o más temprano, el primer gatillazo, la incontinencia urinaria, el olvido del nombre del presidente del Gobierno, y luego el de los amigos y, por último, el definitivo adiós. La probablilidad de que me tocara la lotería era mucho menor que la de que Hacienda me reclamara mi declaración de la renta. No volvería a salirme pelo en las entradas que despejaban mi frente, pero resultaba muy probable que me apareciera una caries en algún premolar, o que me hiciera un esguince al pisar una baldosa de la calle. Podrían robarme la tarjeta de crédito o no; lo que era seguro es que nadie me ingresaría en la cuenta un millón de euros, ni siquiera por equivocación. Si recibía una llamada telefónica, no sería una muchacha que me vio camino del metro y se prendó de mí sino, seguramente, de algún conocido que precisara ayuda para la mudanza del sábado, o del vecino del piso de abajo para decirme que apareció una mancha sospechosa en el techo de su cocina y que llame a un fontanero y que me levante el solado de una maldita vez, o, en el mejor de los casos, un banco electrónico que quieren ofrecerme diez números gratis oara el sorteo de un viaje a Cancún si les abro una cuenta con seis mil euros, los que nunca tuve ni jamás tendré."

fragmento de Sal (Lengua de Trapo, 2oo8), de Manolo García Rubio.

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