Sinestesia
Ginés tuvo que perder trescientasveinticuatro cosas (entre las que se encontraban gomas de borrar, calcetines, cromos de la NBA 94, un par de lps de Blur, sus gafas de pasta blanca, una noche de junio, dos años de la carrera, el teléfono de María y el nombre de algunos amigos) para encontrar un día, por sorpresa, aquella canica que en 1989 parecía haberse perdido en el patio de luces de la que entonces era su casa y ahora sólo un baúl de sesenta y cinco metros cuadrados llamado Se Vende.
Con la cánica en la mano, Ginés recuperó el olor a patatas fritas en aceite de oliva que salía de la cocina a las nueve de la tarde y la voz de su madre canturreando antes de que su padre entrara en casa con tres entradas para ir al circo. Volvió a ese instante. Nada se había perdido todavía.
Con la cánica en la mano, Ginés recuperó el olor a patatas fritas en aceite de oliva que salía de la cocina a las nueve de la tarde y la voz de su madre canturreando antes de que su padre entrara en casa con tres entradas para ir al circo. Volvió a ese instante. Nada se había perdido todavía.
2 comentarios:
nada se ha perdido todavía. eso.
Me ha encantado. Ha sido como si yo mismo encontrase esa canica.
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