Amor perro

Sabe que es día 14 porque mordisquea un corazón de cartulina. Una manualidad de la hija pequeña que, después de irse a toda velocidad a su clase de cello, se ha caído del escritorio. Sabe que es el día de los enamorados, pero como es un perro de caza no le importa mucho. Los perros de caza son así, no establecen mucha diferencia entre los días del calendario. Sólo entienden de acumulación. De días que se suman a otros días que se suman con más horas de otros días que llegan. Y siempre solos.
Los perros de caza son así. Les molesta estar solos.
Este perro es, además, de los que no se callan. Esto es, ladra. Ladra a las 08.40, cuando la última persona abandona el hogar para empezar la jornada. Ladra desde las 08.40 hasta las 13.45 casi ininterrumpidamente. A veces parece que son unas obras, pero qué van a ser. Otras parece que alguien martillea para poner trescientos cuadros en un pilar maestro del edificio. Pero siempre es el perro, un precioso, adorable, estético, perro de caza, al que los noventa y muchos metros cuadrados de un piso vacío se le hacen insoportables.
Oigo ladrar a este vecino descontento en el desayuno, las noticias, los artículos, las llamadas, la edición, más llamadas, planificaciones, otro café, las grabaciones. Lo oigo de lunes a viernes y algunos sábados y algún domingo. Y me acuerdo de otra casa, con balcón, en otra parte de la ciudad. Del perro vecino al que dejaban encerrado fuera en el edificio de enfrente. De cómo ladraba intentando explicar que aquel escaso rellano no era un campo. Que estaba solo. Que tenía vértigo. De cómo mi gata y yo lo mirábamos y bajábamos la cabeza, las dos, sintiendo la misma vergüenza.

Igual un día entendemos que los seres vivos no se compran. O que la compañía, esa dulce sensación de sentirse querido, implica un poquito de responsabilidad.
Dije perros. Ya.



1 comentarios:

Portinari | 14 de febrero de 2011, 14:39

Me gustó mucho, Sofía.