Las ideas bajo la piel


(o por qué La piel que habito me parece una película arriesgada, y necesaria)

AVISO: este post es, en sí mismo, un peazo SPOILER si no se ha visto la peli, y se tiene intención

Han pasado ya días desde que se estrenó. Las críticas han sido malas, buenas o muy malas. Alguna muy buena. Menos, eso sí. La única crítica que no he leído (quizás esté por algún sitio, claro, pero no la he encontrado) es la de "psse...". Esa que dice "Bueeeno, una película". Esa que ni se entusiasma ni se indigna, que dice, "ayer pasé la tarde y luego me bebí una cerveza". Hace ya tiempo un buen amigo me dijo que es mal asunto el de querer agradar a todo el mundo, que algo andas haciendo mal cuando pretendes eso. Almodóvar está muy lejos de agradar a todo el mundo. Tampoco ha llegado a horrorizar a todo el mundo. Se me ocurre que con esta película está, sin duda, más cerca de lo segundo, pero tampoco. A quienes gusta, gusta de verdad. A quienes disgusta, los pone de muy mala hostia.
Y entiendo que el sello Almodóvar es, al menos en lo estético, algo que no deja indiferente. En La piel que habito, si desde el trailer piensas "qué esperpento es este" es muy probable que no te vaya a gustar. Hay un pacto, en la artística, en la iconografía, que aceptas de mano o mejor te vas de la sala. Comer pipas sentado en un banco te cundirá mil veces más.
Al margen de todo esto, de una innegable -y qué narices es el cine si no- cuestión de gusto, está lo que cuenta La piel que habito. Las ideas que están bajo la piel de los personajes, bajo la piel de su director, bajo una trama con cierto tinte recambolesco, exagerada. Alguien me decía, "habla de lo de siempre, de travestis. En este caso, travesti a su pesar". Pues no. Lo parece, lo finge, pero no.
Vale que las cuestiones de la identidad en el personaje que interpreta Elena Anaya son importantes y el espectador se acerca a ese conflicto desde la mirada de quien dirige. La imposición de otra identidad, incluso. La construcción de uno mismo, la relatividad o no de aquello que, nos han dicho, es esencial. El cuerpo como cárcel, el castigo. Las armas de la venganza. Y ahí está la cosa.
Se resume esta película como una "historia sobre venganzas", y es cierto. Pero no lo es como lo son otras películas. Las películas que condenan la pena de muerte, condenan la pena de muerte. De un modo más o menos explícito, la condena queda clara. Las películas que abogan por la pena de muerte, fomentan la venganza. Ninguna es explícita. Lo que hacen -y esto ya me gustaría haberlo descubierto a mí (me baso más bien en las apreciaciones del teórico del derecho Benjamín Rivaya)- es posicionarte desde donde está la víctima, lo injusto que ha sido lo que le ha pasado y como una justicia personal justifica un acto criminal, el "ojo por ojo". Puede ser terrible la venganza, pero la vemos desde un prisma que entendemos, empatizamos. No es tan terrible entonces.
La piel que habito habla de venganza, pero no quiere que nos hagamos amigos de quien la ejerce. Podría, pero nos presenta a un tipo frío, un desgraciado cuya historia no llega a conmovernos. Piensas, "joder, normal que esté lleno de resentimiento", pero él -a quien interpreta lastimeramente Banderas (pero tampoco pidamos peras al olmo, que no sé quién empezó a decir un día que era buen actor, ni sé por qué todo el mundo se le fue creyendo)- no es nosotros. Él no despierta empatía. Él se hace sombra, no deja que nos acerquemos. Porque no queremos, no quiere Almodóvar, que nos conmueva.
La piel que habito es el que pasaría si de esa frase popular "a los violadores yo los capaba". En La piel que habito se dice, "¿sí? venga, vamos a capar a uno, el que sea. los violadores son todos iguales". En La piel que habito se dice "tomamos un presunto violador, con suficientes pruebas -aunque no tengamos un testimonio, porque la víctima culpa a su padre, aunque no haya adn concluyente, porque no se llegó a consumar, aunque sólo tengamos una huída en moto- y capémoslo, para que aprenda". Aprender sería que pudiendo volver a hacer algo monstruoso (de haberlo hecho, que es presunto, oiga) no lo hiciese. Si lo capas, impides. Ya.
La piel que habito, sin decir ni una palabra sobre la pena de muerte o la cadena perpetua, elabora un profundo discurso sobre la gestión de la justicia, sobre los peligros de la venganza, sobre cómo socialmente no aceptamos que se tomen medidas en función del dolor que se ha causado.
Dice algo más esta película. Dice que cuando decimos desde el sofá, viendo el informativo, "a los violadores los capaba" o "a ese hijodeputa asesino que lo maten" no somos tan viscerales como nos creemos. Visceral es la víctima. El padre, la hija, el amigo. Pero desde nuestras casas, lo que somos es seres manipulados, personas a las que se las dirige a un único punto de vista. Víctimas de esa carnaza mediática, la tele, que más que entusiasmar o disgustar, sobre todo finge que nos deja indiferentes.

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