Puente de plata, siempre

(o la vuelta de El sillón Voltaire)

El año empieza en septiembre. No en un día concreto, eso es cierto, pero el año empieza más en septiembre que en ningún otro mes. Enero es un disfraz de inicio que no sirve ni para dejar de fumar ni para empezar una dieta. Y si, como decía Jim Davis en boca de gato atigrado, el día en el que empieza todo es siempre "mañana", el mes en el que realmente nos empezamos es septiembre. Lo dicen los kioskos con sus coleccionables, y lo dice el calendario escolar. Y lo dice el modo en el que todo el mundo se viste de otoño, aunque éste no haya llegado todavía (o casi no se haya ido nunca, como nos pasa en el norte).
Y retomamos, con las energías cambiadas y las ganas las mismas. Y por aquí retomamos El sillón Voltaire. Este capítulo 25 lleva por título "Puente de plata, también para la vuelta". Porque si hemos aprendido a dejar que "el enemigo" se vaya y ponerle las facilidades para esa huída, si es un "me desprendo del dolor lo mejor y más rápido que puedo", por las mismas, a quienes vuelven deberíamos recibirlos, como mínimo, con la misma facilidad.
Asturias es tierra de despedidas. La gente, y más la gente más joven, se va. Se quedan pocos, y cuando los demás vuelven les miran con cierto recelo. Nada de hijos pródigos en esta tierra. Te fuiste, nos dejaste: no esperes nada.
Por este sitio, como la cosa bíblica me aburre bastante, y la desconfianza acaba por darme más pena que protección, somos más de tener puentes y que sean bonitos y que aguanten bien. Que apetezca cruzarlos y que quien los cruza nos cuente cómo son las cosas por allí, de dónde viene, qué ha aprendido, qué lenguajes ha descubierto.

Y empezar esta nueva etapa de El sillón Voltaire con Laura Casielles es motivo de celebración. Por lo que se aprende escuchándola, por la emoción y por la cercanía. En esta hora de programa nos ha regalado poemas y reflexiones. Aquí puedes escuchar la vuelta del sillón.


LAS MUJERES QUE ESCRIBEN DICCIONARIOS TIENEN LAS MANOS LLENAS DE NOTAS

Voy a ver si encuentro un idioma
en el que la palabra amor no tenga
connotaciones de pronombre,
a ver si encuentro un idioma
en el que decir de dónde eres
sea distinto a decir de dónde vienes,
un idioma que no haya necesitado inventar la palabra trabajo
y en el que no haya esos problemas
de hablar en femenino o no.
Voy a ver si encuentro un idioma
en el que nadie haya usado nunca la palabra adiós,
ni la palabra fuera,
ni la palabra tarde.
Un idioma
en el que pueda hablar sin que nadie entienda
nada más que lo que digo,
un idioma que no pese tanto.

(Voy a ver si me hago un vocabulario así,
donde no sea necesario
dar tantas explicaciones).


de Laura Casielles, Los idiomas comunes. Editorial Hiperión, 2010. Madrid.

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