Contar historias como quien va a por agua

Craig Thompson nos contó en Blankets su historia. Y aunque es cierto que todo autor está contando siempre la misma historia (pintando el mismo cuadro, componiendo la misma canción, escribiendo el mismo, único, poema), Thompson nos ha contado siempre su misma historia. Hacer un cuaderno de viaje y que nos importe más allá del efecto de la postal es haber cruzado un río y hablar desde nuestro mismo lado de la orilla.



Sin caer en la ñoñería, en el discurso hermético, invitando sin destripar, Thompson ha hecho un hueco a los lectores para decirles esta casa es también vuestra en este papel.

Leyendo Cuaderno de viaje ya esperaba encontrarme la historia que le ha llevado siete años. Y que no es del todo como esperaba, y esto no es malo.

Es su versión de las 1001 noches, cuando las historias se cuentan en el s.XX y las urgencias, los miedos parecen ser otros, pero no son tan distintos.



Es, además una mirada inocente, como de quien no se ha construido bajo ninguna influencia religiosa, de los relatos místicos, de las conexiones entre la Biblia y el Corán, de los modos en que la crueldad de las historias elegían caminos. Las leyendas de las religiones como lo que son, leyendas. Y la importancia orgánica del relato, cuando se necesita de todo.



Cruda. Con aristas. Con demonios reales disfrazados de esoterismo. Sin rubor por preguntarse qué es familia, qué es sexo, qué es generosidad, qué y hasta dónde.

Y una vez más, superado el asombro previo, de nuevo la propia historia de Thompson. Como en Big fish (Daniel Wallace), el autor habla de su necesidad por contar.
De cómo las historias le salvan.
Del trozo de madera que flota en medio del océano.

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