Una España-Dulcinea

Quizás haya sido así, más de lo que don Miguel de Unamuno creía y aun quisiera. Y ahí está la novela, lugar de burlas y vecimiento de los "encantos de la historia"; los ecos, los reflejos, las grutas maravillosas, el palacio de los duques y aun el caballo de Troya; la poco duradera ínsula, la jaula en que el héroe se pasea ante los ojos del mundo despertando una ambigua admiración y una compasión atónita: la procesión que se repite. Y en los ojos y en la frente del héroe, la quimera. La quimera, él mismo, ángel y león, hacia una muerte inconclusa, perenne agonía: "Que yo, Sancho, nací para vivir muriendo". Para no acabar de morir. ¿Para no morir antes de haber resucitado?




"La ambigüedad de Don Quijote", María Zambrano.

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