Pasatiempo vs Rebeldía
(inventario a modo de nota previa): el envase del champú, la caja de los cereales, las instrucciones de cualquier cosa que precise o nos digan que precisa instrucciones, el vasito del yogurt, la etiqueta con el modo de lavado de la ropa, el prospecto de un medicamento, los post-it por casa, la pizarra de la nevera, la placa del ascensor, los letreros, las pintadas en la calle, las señales de cortado el tráfico, los titulares de los periódicos que jamás abriré expuestos en los escaparates, la letra pequeña de las cartas de Hacienda, las cartas de vinos que no me beberé, los tablones de anuncios, las matrículas de los coches, los carteles de conciertos en los que no me van a pillar -al menos no sobria-, los precios del súper con su desglose al peso, todo
lo que es todo. Por leer, como una manía más, me molesto en leer en lenguas que no entiendo. Fabulo el significado de grafías que desconozco. Miro los libros de préstamo por si además de lo escrito están también notas, apuntes, un teléfono que no sabré nunca a quién corresponde.
Leo por defecto y leo por vicio, a sabiendas de que puedo leer cosas inútiles, o que aisladas se vuelven inútiles. En un artículo, Juan José Millás confesaba que él no soportaba la idea de no tener qué leer, y que un viaje de una hora en avión se lo pasó leyendo y releyendo las instrucciones en caso de accidentes.
Quien escribe esto es de esa gente. De las de leer hasta el ticket del viaje de Alsa, si no hay nada más.
Lo asumo como un vicio, y no precisamente el más caro y no siempre el más inútil.
Podemos hablar de lectura pensando en esto. En ese escape cuando el tiempo de espera se nos echa encima o cuando parece que no nos va a vencer el sueño. La lectura como quien hace un solitario en la mesa de la cocina, o quien zappea por los infinitos canales de la tele por cable, como quien se tira más de una hora actualizando las noticias de Facebook o se traga la película de sobremesa, o va de un vídeo a otro de youtube, o hace la lista de cosas pendientes de la semana o un sudoku. Podemos hablar de lectura refiriéndonos a libros que se nos caen de las manos, a panfletos y folletines, a volúmenes plagados de incorrecciones sintácticas, ortográficas, a historias sin argumento y sin historia, a relatos con un esquema que se repite como el cierre de cualquier capítulo de Bioman. Mencionar todo eso pensando que tan malos son esos libros como los programas de la tele. Quedarnos tan en la superficie.
Y luego está el acto de leer: lo más alejado que conozco de pasar (perder) el tiempo.
(¿de dónde viene, qué me ha dado? pues de leer esto)
lo que es todo. Por leer, como una manía más, me molesto en leer en lenguas que no entiendo. Fabulo el significado de grafías que desconozco. Miro los libros de préstamo por si además de lo escrito están también notas, apuntes, un teléfono que no sabré nunca a quién corresponde.
Leo por defecto y leo por vicio, a sabiendas de que puedo leer cosas inútiles, o que aisladas se vuelven inútiles. En un artículo, Juan José Millás confesaba que él no soportaba la idea de no tener qué leer, y que un viaje de una hora en avión se lo pasó leyendo y releyendo las instrucciones en caso de accidentes.
Quien escribe esto es de esa gente. De las de leer hasta el ticket del viaje de Alsa, si no hay nada más.
Lo asumo como un vicio, y no precisamente el más caro y no siempre el más inútil.
Podemos hablar de lectura pensando en esto. En ese escape cuando el tiempo de espera se nos echa encima o cuando parece que no nos va a vencer el sueño. La lectura como quien hace un solitario en la mesa de la cocina, o quien zappea por los infinitos canales de la tele por cable, como quien se tira más de una hora actualizando las noticias de Facebook o se traga la película de sobremesa, o va de un vídeo a otro de youtube, o hace la lista de cosas pendientes de la semana o un sudoku. Podemos hablar de lectura refiriéndonos a libros que se nos caen de las manos, a panfletos y folletines, a volúmenes plagados de incorrecciones sintácticas, ortográficas, a historias sin argumento y sin historia, a relatos con un esquema que se repite como el cierre de cualquier capítulo de Bioman. Mencionar todo eso pensando que tan malos son esos libros como los programas de la tele. Quedarnos tan en la superficie.
Y luego está el acto de leer: lo más alejado que conozco de pasar (perder) el tiempo.
(¿de dónde viene, qué me ha dado? pues de leer esto)
1 comentarios:
Como Bovary, que también hace de todo menos perder el tiempo.
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