Encontrar las palabras para hablar de


Idioteca, Raúl Quinto
El Gaviero, Almería, 2010.
Ahora que llego al último poema de Ruido blanco (La Bella Varsovia, 2012) como quien llega de un paseo largo en el que el paso de los días importa poco porque nosotros secuenciamos de otra forma, ahora me atrevo a hablar de Idioteca. Tras casi dos años de lectura y relectura desde que llegó a mis manos. De imposibilidad para. De escasez para decir que. Todo este tiempo asumiendo que hablar de aquello que nos importa es mancharlo, distorsionarlo, aburrirlo. Como con todo, siempre, destrozamos al tocar. Pero con aquello que nos importa no queremos, no sabemos. Qué contar, por más que el entusiasmo grite “compartir”. Los lectores entusiastas no somos buenos para hablar de los libros que nos entusiasman. O no siempre.
Entrar en Idioteca tiene esa cosa de museo virtual, muy blanco, en el que nos paramos frente a pantallas. Como una sala con vídeoinstalaciones en la que perder la noción del tiempo y de las distancias para con el tiempo. El modo en el que los ítems, los temas, se hipervinculan en la mente de Quinto y cómo lo cuenta. La épica que hay tras el Coyote como un Sísifo con piedra ACME, como la metáfora del American Way of Post-industrial Life. Aprender y desaprender con Itten, un limón, un campo abrupto y amarillo, porque la representación de las cosas es representación. El autor dobla las cuerdas del tiempo para decirnos que Goya escuchaba “Shadow of a doubt” de Sonic Youth mientras pintaba su Perro ahogándose en la arena, la más angustiosa y al tiempo sensata de sus pinturas negras.

Si pensamos en el arte como elemento explicativo del mundo, las cronologías no son eje sino opción. Dice Alberto Santamaría en el prólogo “hologramas”, y no le falta razón, porque el recorrido a pies descalzos que el lector hace por Idioteca no puede ser en soportes analógicos. Sin rebobinar con esperas, todo se activa con la mirada, (si queremos decir digital, con la yema de los dedos, pero no). Esta galería de seres que lo son por lo que hacen, pintan, dicen, aguanta como funambulistas cuando cae sobre ellos la mirada de Quinto. Cuestionar sin miedo al anacronismo porque eso también es un constructo.
Por dónde andará Saussure piensa esta lectora, entre tanto pulso de significante y significado. Lo que es y lo que decimos. Y lo que entendemos y. Dónde andará el tipo y qué diría frente un café con los del círculo de Viena y Raúl Quinto. Lo que hay y su forma representativa, la elección de una forma y no otra para.
Cómo no pensar, después de cerrar el poemario Ruido blanco, que Quinto lleva tiempo diciéndonos que no nos entendemos. Y que no nos entendemos porque no nos da la gana, porque seguimos pautas que. Porque forzamos análisis y no miramos otros análisis. Se titula Idioteca y sin embargo es un libro tremendamente político éste que (como siempre) publica con cuidado y gusto El Gaviero Ediciones. Como si quienes pueblan las páginas de este texto híbrido estuviesen aislados del mundo, pero no la mirada.
A Raúl Quinto le preocupa el mundo en el que vivimos desde las formas en que lo interpretamos y expresamos. Es el verbo el que nos hace carne. Y qué hacemos entonces con el verbo, su plasticidad, su código. No todo vale, pero todo lo que vale puede, por un momento, intercambiarse.

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