Ni generación perdida, ni generación encontrada

Finales de la década de los ochenta. Hipermercado. Probablemente viernes. Probablemente durante el curso escolar. Tarde.
Mi yo de los cinco o seis años se aburre, cansada de ver cómo sus padres hacen la compra, se sienta en el bordillo de un expositor, quedando oculta por alguna camisa larga, o bata, o mandilón, o vaya usté a saber. No recuerdo si me dormí. Apenas recuerdo nada más allá del aburrimiento. La historia se completa con el recuerdo -mucho más vivo- de mis padres. Preocupación, carreras de un pasillo a otro, aviso por megafonía, esa época tan mala en la que las criaturas desaparecían en las grandes superficies para no volver.
Sí recuerdo algo parecido, al encontrarme, a un "no te vuelvas a perder, menudo susto nos has dado". Desde la yo que soy en la treintena y con un hijo, entiendo la angustia de mis padres mejor que nunca. Pero yo sé que no estuve perdida.  Que no estaba en un laberinto, ni en un desierto, ni en un espacio nuevo. Que sabía dónde estaba la puerta, dónde la mesa de información, dónde las cajas, el restaurante, dónde el coche aparcado. No, yo no me había perdido.

Ayer la prensa se vestía de Banco Santander -que es como el gesto de Superman de vestirse de lo que es y abandonar el disfraz de Clark Kent. La prensa de mayor tirada se vestía ayer de lo que es la prensa de mayor tirada hoy. Y, donde ya puede ofender lo poco que se ocultan los poderes y los elementos de control, se añadía una frase, como slogan publicitario: Generación Encontrada.

Con esto, las mentes pensantes que idean y aprueban el lema en cuestión, aceptan el sintagma de "generación perdida". Y se envalentonan con el hecho de haberla encontrado.
Pero mi generación no está perdida, señores publicistas de los grandes bancos. Mi generación está perfectamente localizada: en Londres, en Berlín, en Washington, en Minessotta, en Melbourne, en Oslo, en Münich, en Moscú, en Santiago de Chile, en Sofía, en Varsovia, en Freiburg, en Connecticut, en Bristol, en Rabat, en Pekín, en Praga.

Que alguien haya dejado de mirar dónde estás, que por un momento, o dos lustros, haya dejado de prestarte atención, de interesarse por ti y tu paradero, no quiere decir que la otra parte se haya perdido. Llamarnos Generación Perdida, además de la connotación del adjetivo (desperdiciada, echada a perder), es posar el error sobre esa generación y no sobre quienes les perdieron de vista. Culpar a quien nunca se ha perdido del fallo ajeno.

Hay, por último, otro asunto molesto en eso de "Generación Encontrada", y es lo obvio, lo publicitario. Os hemos encontrado y os tapamos con mantas reflectoras, porque ya se acabó vuestro calvario, ya vino el samur, las fuerzas de seguridad, los bomberos. Vino la prensa y contará vuestra historia. Estabais perdidos y el Señor os ha encontrado. Una generación que sabe de la precariedad, de hacer las maletas, de esperar durante todo el día la llamada para el trabajo mal pagado y esperarla otro día más y otro porque esa llamada no llega. Una generación, que está mejor formada que las generaciones anteriores, infantilizada como si por primera vez saliera al mundo. Tutelada, cuando ha sentido el absluto descuido institucional. Culpabilizada, porque estas cosas parece que se las busca una y que nada tiene que ver una estructura gerontocrática.

Si vagamos por el bosque es porque se nos impidió entrar en las casas. Si venís con linternas es porque a vosotros os hacen falta. Si pensábamos que la prensa nos está contando el mismo cuento en las portadas de los periódicos es porque la prensa nos está contando el mismo cuento.




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