El respeto a los ricos


Es de mal gusto hablar mal de alguien que acaba de morir. El buenismo, el buen gusto y la diplomacia se han dejado caer como Pepito Grillo por las redes sociales -cuando no como dedo acusador del honor y el decálogo de qué ha de ser un buen ser humano y no una inmundicia jocosa- ante el humor negro del que se ha hecho gala con el fallecimiento de Emilio Botín (el jefazo del Banco Santander) la semana pasada y de Isidoro Álvarez (el jefazo de El Corte Inglés) ayer mismo. Esas conciencias las24horas han señalado lo poco adecuado de hacer chistes con los muertos. 

El caso es que una siempre se ha respigado con estas noticias presentadas como "gracias" o "curiosidades" de muertes ridículas. A quien muere se le conoce por las iniciales (no por su nombre completo, con fotos de familia apenada y los ministros del saldo correspondiente) e imagino que es más fácil reírnos de unas iniciales. Qué idiota, que se murió sepultado por una piedra mientras, presuntamente, se tiraba a una gallina, o lo intentaba. Qué estúpida. Qué torpe. Que viva la selección natural y Darwin y venga chistes y nadie dice cuidado, que hablamos de una persona que tenía familia, a la que querían, a la que quisieron, que cuando aún no había nacido era la promesa de unos padres que esperaban emocionados, que recibió besos, que dibujó junto a su nombre corazones o cantó una noche una canción hermosa. Las iniciales, si es que las hay, no se toman muy en serio. No hablemos ya de los anónimos. 
Los sinnombre en las cunetas, los sinnombre que sólo son cifras -silenciadas lo más posible, por cierto- del recuento anual de muerte por suicidio. Las sinnombre que mueren a manos de sus parejas cuando esos nombres son extranjeros y el problema parece que no es de aquí, ni de allí, ni de ninguna parte. 

El mal gusto no está en los chistes, la sonrisilla o el algo haría cuando hablamos de un tiroteo entre denominados delincuentes habituales (que no conocemos y que nadie nos explica cuáles son sus delitos), ni en el con esa vida que llevaba de la muerta junto a una carretera comarcal, con tacones y falda corta. Las voces de La Conciencia no tienen ni ecos para estos casos. 

El mal gusto, señorías, es hacer chistes cuando el muerto tiene nombre propio, y abre el informativo. El mal gusto está en hacer crítica al rico, porque se le envidia su riqueza, porque se le cuestionan los méritos de su incontable riqueza. El mal gusto es un tuit, un comentario en el chigre, una opinión, cuando el muerto es famoso, importante y rico. Porque los ricos merecen un respeto, con sus nombres propios, que los ánonimos no pueden pretender, porque no tienen un sólo nombre que llevarse al epigrama. 

Verán, querrán ustedes reducir la cosa -en pro de esa conciencia que ha de tenerse en estos casos- a que si izquierdas o derechas, a que si empresarios u obreros. Como si el hecho de ser obrero y pobre lo vacunase a uno de un pensamiento explotador. Yo entiendo que la cosa está en pensar que el poder lo han de tener unos (y guiarnos a los demás y hacer así avanzar el mundo) o que el poder ha de estar repartido (y que seamos todos dueños de nuestras decisiones y destinos y desatinos en igual medida). 
Y si has pensado que hacer un chiste del cuerpo sin vida de Botín o de Álvarez no es lo mismo que hacerlo del tipo que presuntamente intentaba follarse a un gallina cuando se murió, está claro que no crees que ante la muerte todo el mundo merezca el mismo respeto, que ante la vida seamos todos iguales. 
Albert Monteys para Orgullo y satisfacción. 

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